Situamos por ello la historia en un presente cualquiera con sus personajes bañados en la cotidianidad, sin edulcorar los vínculos tanto afectivos como familiares. En este cotidiano se genera un choque entre la necesidad de escapar y la imposibilidad de realizarlo: a pesar de no tener ninguna obligación de quedarse en el pueblo, Esteban no toma la decisión de convertir su discurso en realidad. Siente repentinamente que tiene que tener un sitio, aunque su verdadera voluntad sea dejarlo atrás. Este fue nuestro punto de partida.
Queríamos hurgar en la brecha que hay entre cómo nos vemos y cómo nos ven los demás. Uno construye su propia identidad, pero quien la mantiene erguida son los otros. Lo que queda sopesa el precio de conservar la propia identidad ante la sordez ajena. Al mismo tiempo, y desde el principio, queríamos que no hubiera imposiciones. Preferimos que cada espectador construya su propia película de la película. No se trata de buscar como un lobo hambriento las respuestas de la historia de Esteban, ni de racionalizarlo todo; mejor jugar con las preguntas que el film pueda sugerir.
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Al escribir el guión no había ningún sereno que nos marcara el camino con su linterna. Escribíamos una página tras otra esperando llegar al final antes de que se fuera la luz. Después, para las reuniones de preparación, buscamos referencias.
Al volver ahora sobre las páginas, sobre las imágenes, percibimos los susurros de Unamuno y Pirandello; más que de cualquier obra en concreto, su impostura ante las normas de comportamiento de la ficción y su aceptación del absurdo vital. En un plano más directo, nos han marcado las mujeres firmes de Ibsen y la visión sobre los pueblos de Azorín, que es la siguiente:
La vida de los pueblos […] es una vida más clara, más larga y más dolorosa que la de las grandes ciudades. El peligro de la vida de pueblo es que se siente uno vivir… que es el tormento más terrible. Y de ahí el método en todos los actos y en todas las cosas -el feroz método de que abomina Montaigne-; de ahí los prejuicios que aquí cristalizan con una dureza extra- ordinaria, las pasiones pequeñas… La energía humana necesita un escape, un empleo; no puede estar reprimida, y aquí hace presa en las cosas pequeñas, insignificantes -porque no hay otras- y las agranda, las deforma, las multiplica.… […] Este sentirse vivir hace la vida triste. La muerte parece que es la única preocupación en estos pueblos.
La voluntad, Primera parte, Cap. VII
Del lado fílmico, el cine de Manuel Martín Cuenca y Las horas del día (2003) de Jaime Rosales nos han enseñado que cada historia puede tener su propio ritmo, que no es imprescindible acelerar la narración para llegar a la meta. También Barbara (2012) y Phoenix (2014) de Christian Petzold nos lo han mostrado, pero con un envoltorio más escurridizo. Por otro lado, Saura, su cine más rural, nos ha invitado a mirar con otros ojos.
El film traza una línea entre la pérdida de la identidad y las dificultades para recuperarla. La fotografía trata de seguir esta línea. La atmósfera que envuelve el largometraje es la naturalista. Se desea crear un ambiente de asueto en el cual los personajes se mueven habitualmente. Los altibajos que sufre el protagonista mientras rastrea su identidad, se reflejan en la luz y las sombras que van apareciendo y desapareciendo junto a él.
En cuanto a las localizaciones, la película se grabó en Alicante, Murcia y Albacete. Provincias llenas de luz durante el día y, por decisión narrativa, febrilmente rojas durante la noche. Los interiores son los lugares de descanso de los personajes, sus refugios de la luz y de la fiebre, donde estas solamente entran tamizadas y permiten que se pueda conversar con cierto sosiego.
En lo que se refiere a lo técnico, Lo que queda se ha grabado con una cámara Arri Alexa Classic, que ofrece la latitud deseada para trabajar con luz natural. Además, se han usado objetivos Uniqoptics, creados por Kenji Suematsu.
Daniel Borbujo
Esteban y Esteban son dos hombres que tienen dos cosas en común: el mismo aspecto físico y el mismo nombre.
El primero despierta en su casa y tiene la sensación de que todo el mundo sabe algo que él no sabe, ¿acaso todas las personas que conoce se han confabulado contra él? Hay una que no pero… ¿qué quieren?¿a qué juegan? En cualquier caso, lo cotidiano se ha vuelto extraño, no entiende nada y tiene la inusual oportunidad de ver a las personas que quiere sin ser visto y ante la hostil situación dada que le configura como objeto, reacciona. El segundo llega accidentalmente al pueblo del primero y parece saber algo que los demás no saben, ¿acaso es esto solo una estrategia? Quizá ni él mismo lo sabe. De cualquier modo el viento sopla a su favor y aprovecha cada oportunidad. Únicamente una persona parece oponer resistencia,… ¿y si juega a otra cosa con ella? Dice lo que la gente quiere escuchar y sabe lo que cada uno quiere pero, ¿se lo dará?
Ante un mundo que le recibe con los brazos abiertos, acciona como sujeto. Esteban y Esteban comparten una tercera característica: la soledad. Ambos están rodeados por las mismas personas y completamente aislados. Permanecen de pie, bajo el marco de la puerta, a punto de entrar en la habitación sin hacerlo. El primero no puede. El segundo no quiere.
Mismo pueblo, mismo nombre, mismo aspecto y misma soledad, ¿qué hace falta para ser la misma persona?
¿No ver al otro tirado en el suelo frente a uno? ¿Acaso importa?
Rodrigo García Olza